martes, 29 de junio de 2010

La nueva configuración económica del Perú urbano. La superación de la tradicional pirámide social del ABCDE.

La nueva clase media: emergentes y progresistas

Rolando Arellano cree que la figura de un rombo es clave para describir la nueva silueta económica del Perú urbano. En su última investigación concluye que la estructura piramidal ha quedado atrás en las grandes urbes. Esta sorprendente transformación no estaría siendo advertida por las élites políticas y empresariales. Arellano, quizá el experto en marketing que más ha estudiado a los consumidores locales, acaba de presentar “Al medio hay sitio”, un libro que tiene una ambición puntual: cambiar la imagen que tenemos de nosotros mismos.

Por: Karen Espejo

¿Recuerdan la tradicional pirámide social del ABCDE, aquella donde el poder se concentra en su cúspide y decrece conforme nos deslizamos a su base? Pues este modelo podía retratar al Perú de hace 30 años, cuando la brecha entre clases era abismal.

“Pero hoy, que los adinerados también viajan en combi, viven en Comas y tienen apellidos andinos, o hay empobrecidos con autos, viviendo en Miraflores y con apellidos europeos, encontramos que hay pobres más ricos de lo que parecen y ricos más pobres de los que imaginamos. Nos estamos integrando, por eso ya no encajamos en una pirámide que nos divide”, explica Rolando Arellano, presidente de Arellano Marketing Investigación y Consultoría.

“Actualmente, la verdadera clase media del país se concentra en lo que antes conocíamos como el nivel socioeconómico C, compuesto mayormente por migrantes que llegaron a las ciudades en busca de oportunidades o para librarse del terrorismo”, agrega. Este sector, tantas veces marginado, hoy genera más del 30% de riqueza en las urbes, el doble que la tradicional clase A.

¿Cómo fue esto posible? Pues la incapacidad del Estado de controlar y atender a estos nuevos segmentos de la población urbana los empujó a crecer en las invasiones, autoconstruir sus casas y desarrollar una gran economía informal que, años más tarde, permitió que muchos de ellos inviertan en centenares de negocios estables y educación.

De pirámide a rombo

Este fenómeno, según Arellano, transfigura aquella base de la pirámide social en las caderas anchas de un rombo, que engorda conforme crece la clase media emergente. Una estructura de sociedad que, concluye el experto, nos estaría acercando a las naciones desarrolladas del mundo. Una lectura optimista sobre lo que ocurre en el país que, sin duda, resulta polémica. Sin embargo, hay historias de vida que parecen darle la razón.

Al medio de este rombo se encuentran hombres como Robert Turpo Jaco (38), quien dejó su natal Cerro de Pasco a los 11 años para instalarse en Lima con sus hermanos.

“Empezamos vendiendo verduras y frutas como ambulantes en el Campo Ferial de Ñaña. Trabajaba de día y estudiaba de noche. Con el dinero que reuní, me independicé a los 18 años y abrí un puesto de ropa en el Mercado Central de Lima”, explica entre ollas y envases plásticos que rodean su estrecho local de la cuadra seis de jirón Puno, en Mesa Redonda.

Pero las apariencias engañan. Sus maneras tan humildes de actuar, vestir y hablar ocultan bien su gran poder emprendedor. Robert viajó solo a las ciudades chinas de Hong Kong y Guangzhou para hacer negocios con exportadores de menaje y artículos de cocina.

Desde entonces, su tiendita le sirve, sobre todo, de centro de operaciones para conectarse telefónica o virtualmente con sus clientes en Piura, Tumbes, Chiclayo, Amazonas, Madre de Dios, Pucallpa, Huaraz, Chimbote, Huancayo, Pasco, Ayacucho, Ica, Puno y Cusco. Así, desde Mesa Redonda, abastece a los principales mercados mayoristas y centros comerciales de las regiones, con un promedio de 24 mil artículos por mes.

Sí, sus negocios los hace por internet, herramienta que, aunque parezca increíble, es más empleada por los llamados niveles C, D y B (en ese orden), que por la clase A, si se toman en cuenta los verdaderos tamaños de cada nivel socioeconómico, según investigaciones de Arellano.

Los estilos de vida

Para el especialista, quien además representa a la Asociación Mundial de Investigadores de Marketing, esta es solo una muestra del cambio. Si desea entenderlo a profundidad, hace falta dividir aquel rombo de la sociedad en seis estilos de vida.

A un extremo encontramos a los “sofisticados”, jóvenes adinerados, cosmopolitas y tecnológicos. Mientras que en el otro flanco tenemos a los “resignados”, muchos de ellos de origen andino y sin deseos de superación. “Ambos representan los estereotipos tradicionales de las clases más altas y bajas, pero conforman solo el 15% de la población; el 85% restante están presentes en todos los niveles socioeconómicos”, precisa.

Es aquí cuando descubrimos a las “conservadoras”, madres tradicionales cuya preocupación máxima es el hogar; y a los “adaptados”, interesados en su imagen dentro de la sociedad, trabajadores dependientes, que critican al gobierno, pero que no llegan a ser líderes del cambio. Sin embargo, pese a que ambos estilos encajan en el perfil del 40% de peruanos, están empezando a disminuir.

“Ahora la tendencia mayor recae sobre los ‘progresistas’, aquellos que siempre andan detrás de las oportunidades; y las ‘modernas’, mujeres que buscan su desarrollo profesional y laboral. Ellos son casi el 50% de la población compuesta por los peruanos emprendedores y todo indica que este grupo crecerá más”, afirma Arellano.

Ulises Huamán Quispe encaja perfecto en esa legión de peruanos que se construyen solos. Hace tres décadas, sus padres se asentaron en los arenales de Villa El Salvador, huyendo de la muerte que Sendero Luminoso diseminaba por todo Huancavelica.

“Tenía 15 años cuando el dueño de un negocio de diseño me dijo que le gustaban mis dibujos. Empecé a trabajar con él y tres años después me compré una máquina de impresión para instalar un taller de estampado de polos. No descansaba. En el día hacía los diseños, en las tardes estampaba y los fines de semana me ‘recurseaba’ como músico”, cuenta detrás del mostrador de una de sus ocho tiendas de ropa “Culture Exchange”, en ese monstruo comercial llamado Gamarra.

Hoy, con 25 años, y con su propia planta industrial, Ulises produce de 20 mil a 50 mil prendas mensuales, 30% de las cuales se exportan a Venezuela, Colombia, Chile, Ecuador, Argentina, Bolivia y Panamá.

Otro nítido ejemplo de cómo se ha ido gestando un cambio de actitud entre peruanos que nacieron en medio de la pobreza, es el caso de Ema de la Rosa, una madre soltera que migró desde Huánuco a Lima con sus dos hijas en busca de oportunidades, y sí que las encontró.

Metódica y luchadora, invirtió sus ahorros en el alquiler de un terreno en Chorrillos. Allí construyó con sus manos una casa de esteras. Y fue allí donde un cartel que ofrecía empleo en una planta de distribución de legumbres le cambió la vida.

“En este trabajo comencé separando menestras. Pero mi curiosidad me llevó a aprender todas las áreas y empecé a ascender a ayudante de almacén, a jefa de producción, a jefa de planta y luego me mandaron a conocer directamente a los agricultores.

Conocí los tejes y manejes para formar mi propio negocio”, cuenta la dueña de Agro Misti Trading, empresa de acopio y procesamiento de legumbres peruanas, ecuatorianas y bolivianas. Cada semana, Ema vende de 80 a 200 toneladas de sus productos a intermediarios que se encargan de comercializarlos al interior del país, o exportarlos a América del Norte, Asia, África y Europa.

¿Qué nos falta?

Y si todo parece marchar tan bien, ¿qué nos falta? Según Arellano, necesitamos desterrar la idea de que aún vivimos en una sociedad de pirámide.

“Los políticos, por ejemplo, cometen un grave error al seguir mirando el Perú de hace 30 años. Creen que sigue funcionando la fórmula de dar incentivos a las clases altas y ayuda a las clases bajas, cuando no saben que los progresistas o las modernas, que son la mayor parte de la población, pedirán, por ejemplo, herramientas para exportar y no bonos de dinero”.

La desconexión entre la élite política y los emergentes lleva a que estos no se sientan representados y opten por el peligroso voto inestable. “No hay identificación. El gobierno les habla en un lenguaje que no entienden, porque piensan: ese Estado que durante años me impidió crecer y me desalojó con sus policías municipales, ahora me busca porque soy grande, entonces yo le digo no”.

La miopía, sin embargo, también alcanza al sector empresarial. “Creen que hay que hacer un producto para el A, otro para el B, otro para el C y el D, en lugar de tener productos que lleguen a todos y puedan alcanzar la economía de escala. Si los políticos, los empresarios y la sociedad en su conjunto dejaran de pensar que somos distintos y se dieran cuenta de que cada vez somos más uniformes, entonces seríamos mejores”.

Las tesis de Arellano están cargadas de optimismo. Es probable que más de un académico busque cuestionarlas exhibiendo información cuantitativa sobre variables que el experto en marketing no habría tomado en cuenta. A su favor tiene, en cambio, una enorme legión de historias de éxito, como las de Robert, Ulises y Ema, que hacen creer que sí se puede surgir a partir del emprendimiento popular.

Cifras y datos

En el 2006, la ponencia “Perfil, datos demográficos y estratos socioeconómicos”, presentada en el Congreso Esomar Latinoamérica, ya mostraba al segmento socioeconómico C como el estrato medio de la sociedad peruana, con un 29% de la población.

El estudio nacional de Arellano Marketing en 2009, realizado en 15 ciudades, arroja que la participación del nivel C en la riqueza del país es del 31%, mientras que el B llega al 27% y el A al 14%.

El 64% del nivel socioeconómico A y el 70% del C se consideran a sí mismos parte de la clase media, según estudios de la Asociación Peruana de Empresas de Investigación de Mercados.

Fuente: Diario La República (Suplemento Domingo). 30 de Mayo del 2010.

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¿Hay sitio al medio?

La Juventud como fenómeno de la segunda mitad del siglo XX.

Kirchner, Ben Stiller y la juventud como actor político

Por: José Natanson

La juventud –entendiendo por ella el grupo etario que va desde la pubertad hasta la adultez– es un fenómeno de la segunda mitad del siglo XX. Su emergencia en los años de la posguerra se explica por una combinación de factores. El primero, de tipo material, tiene que ver con los cambios en la economía, sobre todo la expansión del sector servicios, que comenzó a demandar una mayor cantidad de profesionales y técnicos. En un contexto de prosperidad, muchas familias impulsaron a sus hijos a prolongar los estudios. La extensión de la cobertura universitaria creó una enorme masa de jóvenes que compartían sus experiencias y sus sueños en espacios comunes de socialización: las sedes de las universidades, los campus y sus extensiones (los bares). Más educados y conscientes que sus padres, tenían tiempo y recursos para pensar y actuar.

Pero además el pleno empleo –que durante un par de décadas se vivió en Europa y Estados Unidos pero también, en menor medida, en países de desarrollo medio como Argentina o Chile– permitió que incluso aquellos jóvenes que pasaban sin mucho trámite de la adolescencia al mercado laboral tuvieran recursos para sostenerse a sí mismos. Ya no necesitaban de la familia para sobrevivir.

Y además el mundo estaba cambiando a una velocidad nunca antes vista. Esto creó un divorcio entre el presente y el pasado, una suerte de discontinuidad histórica, que debilitó el valor de la experiencia, incapaz de lidiar con fenómenos completamente nuevos. La sabiduría de los ancianos perdió buena parte de su peso simbólico, menos por la maldad de los nuevos jóvenes que por las transformaciones estructurales de la economía y la sociedad, abriendo un abismo generacional. Los aceleradísimos cambios tecnológicos le dieron a la juventud una ventaja sobre los adultos. Por primera vez en la historia, los jóvenes sabían cosas que sus padres no. Un ejemplo simple es el del padre que le pide a su hijo adolescente que lo ayude con la computadora. No es difícil imaginar el impacto de esta nueva realidad en la autoconfianza juvenil.

Complementariamente, y como reflejo de estos cambios, la juventud protagonizó lo que Eric Hobsbawm definió como una “revolución cultural”. La emergencia de la juventud como un grupo social no sólo autónomo, sino también dotado de recursos, convirtió a los jóvenes en el eje de los mercados de consumo del capitalismo, cuyo paradigma fue el rock: las ventas de discos en Estados Unidos pasaron de 277 millones en 1955 a 2000 millones en 1973 (los números son de Hobsbawm). Y también hubo otros reflejos: el auge del turismo juvenil (nace la Lonely Planet y la cultura mochilera) y de las drogas (como señala Hobsbawm, el hecho de que la droga preferida por los jóvenes occidentales, la marihuana, sea menos dañina que las drogas de sus padres, el alcohol y el tabaco, hizo que fumarla fuera no sólo acto de desafío, sino también de superioridad). Y el gran símbolo de la época, el héroe que vive intensamente y muere joven: el antecedente es James Dean, y luego hay miles de ejemplos, desde Janis Joplin y Brian Jones al Che Guevara o Rodrigo.

En este marco, no debería resultar llamativo que los jóvenes se convirtieran en protagonistas políticos. Lo fueron en el Mayo francés de 1968, en las movilizaciones anti-Vietnam en Estados Unidos en 1967 y en el “otoño caliente italiano” de 1969. Y también en Argentina, en el Cordobazo coprotagonizado por los estudiantes universitarios. En todos estos casos, la juventud fue un actor político central, pero de duración fugaz y más reactivo que propositivo, lo cual se vincula con su estado natural –la juventud es una etapa transitoria por definición– y con el espíritu subjetivista, casi emocional, de sus consignas.

En la Argentina de los ’70, el peronismo montonero y las guerrilleras fueron un fenómeno más duradero. Pero la intención de esta nota no es desarrollar este tema, que excede largamente a su autor, sino marcar algunas diferencias con la juventud actual y especular sobre la relación que con ella ha establecido el kirchnerismo.

En primer lugar, señalemos que hoy la juventud de clase media argentina no es muy diferente de la del primer mundo. Se trata de jóvenes que estudian muchos años y que en algunos casos prolongan su carrera universitaria en el exterior. Se emancipan tardíamente y se casan (cuando tienen la ocurrencia de hacerlo) pasados los 30; tienen hijos tarde, y pocos. Pero ésta es sólo una parte de la juventud. En paralelo, los sectores más pobres desarrollan un ciclo de vida corto, donde todas las etapas se aceleran: el paso de la niñez a la vida adulta es veloz por la necesidad de generar prontamente un ingreso, la emancipación es temprana, los hijos llegan rápido y de a muchos y la muerte los alcanza más jóvenes, como resultado de los déficit alimentarios y sanitarios. Esto se comprueba al comparar los datos de esperanza de vida y la tasa de fecundidad entre provincias: una persona vive en Chaco, en promedio, cinco años menos que en la Capital. La investigadora Susana Torrado lo resume en una frase: “Vivir en apuros para morirse joven”.

Como sostiene el sociólogo Gabriel Kessler, esta doble condición le da a la estructura demográfica argentina una particularidad: comparte con los países en desarrollo la presencia de muchos niños (pobres), pero se asemeja a los más desarrollados en cuanto al alto porcentaje de adultos mayores.

Desde el punto de vista cultural, los jóvenes de hoy no confrontan con los adultos como sucedía en el pasado. La juventud de los ’60/’70 era una juventud que se afianzaba contra los mayores, que eran los que no los entendían, los que les bloqueaban las oportunidades y los que dominaban el planeta (el mundo de posguerra era una gerontocracia, comprobable en el hecho de que casi todos los grandes líderes de la época eran viejos: Churchill, De Gaulle, Stalin, Perón, Gandhi). Las cosas hoy son diferentes. Como señala el Informe sobre Juventud en el Mercosur del PNUD, los jóvenes de hoy alcanzan un “pacto familiar” mediante una negociación con sus padres.

Y esto, sumado a los bajos salarios y el auge del “trabajo basura”, explica el retraso de la emancipación (en el sentido de la formación de una familia propia) entre los jóvenes de clase media. La comodidad y la relativa libertad que se respiran en el hogar familiar, junto a las dificultades del mercado laboral, estiran el momento de abandonar el nido, tibio y de heladera llena. Sucede que los jóvenes de hoy pueden ser hippies, pero también pueden ser los hijos de los hippies (o de su variante patética, el deslizamiento del hippismo hacia el new age descuartizado por Michel Houellebecq en Las partículas elementales). Y como siempre es el cine, antes que la sociología, el que mejor refleja este tipo de cosas, recordemos el gran ejemplo de Los Fockers, en la que Ben Stiller, productor de la película y ácido crítico de la sociedad norteamericana, visita a sus padres: Dustin Hoffman, que pasó de abogado a amo de casa, y Barbra Streisand, terapista sexual, cultores ambos de la vida sana, el sexo libre y el aire puro. En Los Fockers, Ben Stiller no sólo no discute con sus padres: se avergüenza de ellos.

Ahora bien, ¿cómo se sitúa el kirchnerismo frente a la juventud? ¿Y cómo frente a las dos juventudes que conviven en la Argentina del Bicentenario? En un principio pareció prestarles poca atención a los jóvenes, enfrascado en un relato generacional que alude a la juventud, pero a la de los ’70, y que muchas veces se reduce a la disyuntiva exasperante de “jóvenes idealistas que hacían la revolución” versus “jóvenes consumistas que sólo quieren jugar a la PlayStation”. Para ser justos, hay que decir que ni los Kirchner ni sus más conspicuos funcionarios, muchos de los cuales fueron protagonistas de los ’70, han suscripto públicamente esta tesis, aunque sí algunos de sus intelectuales más o menos orgánicos.

Pero el tiempo ha producido un fenómeno nuevo: la emergencia de una militancia juvenil kirchnerista, probablemente un subproducto de la progresiva transformación del kirchnerismo en una “minoría intensa”, un sector de la sociedad cuantitativamente minoritario pero cohesionado, con un liderazgo y un programa, en buena medida resultado de iniciativas como la ley de medios y la Asignación Universal.

En todo caso existen hoy círculos de jóvenes militantes kirchneristas. Se trata por supuesto de grupos reducidos, mayoritariamente de clase media, irrelevantes desde el punto de vista del padrón electoral, pero activos e influyentes en los medios y las nuevas formas de comunicación, como las redes sociales y los blogs. Existen, por ejemplo, algunos muy buenos blogs kirchneristas. Atribuirlos a una simple maniobra oficial es absurdo: incluso si el Gobierno los apoyara financieramente, ese apoyo llegó después y no antes de su creación. Y en todo caso existen otros partidos, que también manejan recursos y no dudan en utilizarlos, pero que carecen de este tipo de militancia: ¿dónde están los blogs del radicalismo? ¿Dónde los del PRO? ¿Alguien conoce un blog que defienda las ideas de De Narváez? Quizás haya que remontarse a los primeros años del alfonsinismo para encontrar un fenómeno similar, aunque aquel momento probablemente haya sido más masivo y aunque tuvo una expresión universitaria (la Franja Morada) y partidaria (la Junta Coordinadora) más definidas.

Mi tesis, en el final de esta nota, es que el kirchnerismo descuida las políticas específicamente orientadas a las “dos juventudes”, sus problemas y necesidades.

Algunos ejemplos desordenados. En los sectores de menores recursos, de ciclo de vida corto, sobresale la ausencia de políticas para enfrentar el drama del embarazo adolescente, que alimenta los mecanismos de transmisión inter-generacional de la pobreza (el principal avance en este tema fue la ley de salud reproductiva sancionada en la etapa duhaldista, pero es insuficiente y encuentra graves problemas de aplicación; el hecho de que el Gobierno no quiera ni hablar de despenalización del aborto impone un límite difícil de superar). Otras políticas posibles son aquellas tendientes a reducir la deserción escolar en las madres adolescentes y jóvenes, a través por ejemplo de becas específicamente dirigidas a ellas. O políticas que faciliten la construcción o alquiler de viviendas propias para los jóvenes de bajos recursos recién emancipados. O programas más amplios de primer empleo (hay uno del Ministerio de Trabajo). O medidas tendientes a acercar la universidad, que sigue siendo un reducto de la clase media, a los jóvenes más pobres.

En cuanto a la juventud de clase media, se trata de buscar políticas orientadas a facilitar, entre otras cosas, la emancipación a través de subsidios, por ejemplo a la compra de la primera vivienda u orientados a reducir el precio de los alquileres. Es notoria también la ausencia de una política universitaria más definida (curiosamente, el menemismo sí tuvo una: la creación de universidades nacionales en el Conurbano, cuyo objetivo fue reducir el peso de la UBA pero que, aunque desordenadas y de desigual nivel, le agregaron diversidad a la educación terciaria y la acercaron a los jóvenes de los sectores populares).

Desde un punto de vista más simbólico, la estrategia comunicacional del Gobierno ignoró a la juventud durante años y recién desde hace un tiempo ha comenzado a considerarla. Y su política cultural, de raigambre “jauretcheriana” y “pacourondista”, parece limitada sólo a los jóvenes de los ’60/’70, sin considerar a los jóvenes de hoy.

No hay mucho misterio: se trata de atender las necesidades de una juventud partida y registrar la politización de un sector de los jóvenes, fenómeno que el mismo kirchnerismo ha generado y en el que apenas parece haber reparado.

Fuente: Diario Página 12 (Argentina). Martes, 29 de junio de 2010.