Cecilia Méndez: “En estos tiempos está mal visto mirar al pasado”
Distribuye su tiempo entre la Universidad de California en Santa Barbara, y Lima. Esta académica es muy activa en las redes sociales y sus opiniones siempre propician debates. Méndez sostiene que la historia da vueltas, que se avanza y se retrocede, y que no necesariamente todo tiempo presente es mejor.
Humala ha gobernado con su “hoja de ruta”, para tranquilidad del empresariado. Ahora que existe la “amenaza” de que el Estado compre Repsol, ¿se reavivan los viejos temores?
En el Perú existe un trauma de la era de Velasco, al que se suman otros eventos latinoamericanos recientes. Es interesante analizar los medios y ver cuáles gritan más. En el caso de El Comercio, el trauma de Velasco es muy claro. Sus ganancias son producto de la venta y los negocios relacionados con su empresa. Les quitan su periódico y son nadie. La oposición de Aldo Mariátegui es sobre todo ideológica, y la de Du Bois pasa por una amenaza a sus negocios.
¿Qué margen tiene un presidente para cambiar situaciones, o está siempre condenado a ser un administrador?
Hasta el momento Humala está administrando. Como historiadora me impresiona que todas las reacciones contra la supuesta amenaza estatista sean muy recientes. Aparte del trauma de Velasco y el del anterior Alan García, ya no se veía eso. En los Estados Unidos también me llamaba la atención que consideraran Estados fuertes a los Estados comunistas, porque para ellos cualquier control de Estado era sinónimo de comunismo.
En el Perú han creado un discurso que repiten como si fuera una verdad científica, cuando ha sido producto de un proceso de enriquecimiento de ciertos sectores en el país. Y las otras clases aspirantes a clase alta y media, que no poseen nada más que sus ilusiones, le hacen eco.
Revisando la historia, ¿recuerdas algún presidente que haya tenido un discurso de campaña y lo haya mantenido luego de llegar al poder?
Billinghurst; por eso le hicieron un golpe y lo sacaron. A mí me parece que Toledo aplicó las medidas que propagandizó. De los últimos, fue el que menos engañó.
Volviendo al gobierno velasquista, todavía no se ha terminado de estudiar su irreversibilidad y su impacto en la sociedad peruana.
Velasco no ha sido olvidado; su presencia se manifiesta como un silencio, como un miedo. Lo que pasa es que muchas veces lo más importante se calla. Las razones verdaderas se silencian. Hay una diferencia entre silenciar y olvidar. Está tan presente que es casi innombrable.
Todos los de la generación del 70 y del 80 están marcados por ese proceso…
Mi infancia y mi adolescencia transcurrieron en tiempos de Velasco. Y lo que estoy trabajando se relaciona con eso. Por ejemplo, Velasco transformó completamente el discurso oficial de la historia poniendo a Túpac Amaru como el héroe principal del Perú.
Hasta ese momento, se conocía poco de él.
Si ven los textos, Túpac Amaru era un pie de página. Velasco no se inventó la historia, porque ya en los años 50-60 empezaba a haber una reivindicación heroica del personaje.
Lo que es impresionante es cómo la historia hegemónica y las narrativas actuales han desaparecido a Túpac Amaru del discurso de la independencia, que se cuenta como si fuera obra de los criollos. Es interesante ver que el héroe oficial se ha convertido en proscrito, a pesar de que todavía existe una pintura de Túpac Amaru en el Palacio de Gobierno, y de que hay una resurrección de su imagen en el ámbito popular.
Así entramos al Bicentenario.
Así, como si lo que pasó antes no tuviera nada que ver. El año pasado se han cumplido 200 años de la rebelión de Huánuco, se viene el aniversario de la rebelión de Pumacahua y la de los hermanos Angulo, que fueron fuertísimas, y amenazaron el sistema colonial. Ambas han sido silenciadas en todas las conmemoraciones oficiales del Bicentenario.
¿Por ser el centro del poder español, nuestra Independencia también fue más complicada?
La Independencia debería entenderse como una guerra civil, porque ocurren las rebeliones de Huánuco en 1812 y la del Cusco en 1814, que son las más fuertes. En Cusco se declara un gobierno independiente que abarcó hasta La Paz, y que fue reprimido por las tropas del virrey Abascal que estaban en Lima y cuyos oficiales eran criollos. Pero cuando llega San Martín esos oficiales se pasan al bando independentista. Santa Cruz, La Mar y Orbegoso estuvieron antes en el lado realista. La República nace de una guerra civil muy violenta que no entendemos como tal, y eso contribuye a que haya una ambigüedad en las lecturas de la Independencia.
¿Cuán fuerte es la idealización de ciertas etapas de la historia?
El imaginario de la historia no ha sido creado por los historiadores sino por los literatos. Si le preguntas a alguien sobre la historia te va a responder con una tradición de Ricardo Palma, que fue un gran idealizador de la Colonia.
En uno de tus ensayos decías que en el siglo XIX había un elemento democratizador más fuerte que el de ahora, y eso rompe con la idea arraigada de que la democracia ha ido avanzando.
Yo creo que los historiadores ya se están dando cuenta de eso. Por ejemplo, la historiadora Gabriela Chiaramonti publicó un libro sobre los procesos electorales. Sostiene que apenas en el año 1895, con la reforma electoral de Piérola, se establece como requisito para ejercer el voto que los ciudadanos sepan leer y escribir. Es paradójico, porque justo cuando se decreta la paz —porque con Piérola termina la última guerra civil del siglo— es cuando la República se instaura con un formato jurídico excluyente. No en vano Basadre llama a ese periodo “la República Aristocrática”. Y por eso en mi libro yo llamo “República Plebeya” al periodo inicial de los caudillos, ya que en ese momento la insurrección era todavía un mecanismo legítimo de la política. Si un caudillo quería contar con el apoyo de la población, no podía ser tan malo ni tan inclemente con los pueblos, porque ellos alimentaban a su ejército. La guerrilla era el método clásico de todas estas guerras y eran estrategias que requerían un conocimiento del terreno y el apoyo de los campesinos.
Lo que yo postulo es que en el siglo XIX las guerras reales eran guerras entre iguales, no de una clase contra otra. Eran grupos que tenían ejércitos muy parecidos. Actualmente vivimos la guerra dentro de la paz, que se caracteriza por propiciar guerras completamente desiguales en las que un grupo tiene mucho más poder que el otro. Estamos en democracia, pero hay guerras que se manifestaron primero en Bagua y ahora en Conga.
Entonces con la democracia y el Estado de derecho se legitima esa desigualdad.
Piérola llega al poder a través de una guerra civil, apoyado por los montoneros, y establece una revolución en el Estado, porque crea el ejército profesional. El que llegó al poder con los montoneros los deslegitima porque establece que es ilegal la posesión de armas por civiles.
La historia da vueltas. La gente gana derechos y los pierde. Nosotros pensamos que antes se vivía en el oscurantismo y que ahora hay más progresismo. Esa idea nos viene del pensamiento ilustrado del siglo XVIII y también está metido en los historiadores. En realidad, la historia hay que reescribirla todita.
Sobre el concepto actual de nacionalismo, ¿es el mismo de los siglos pasados o ha ido variando?
Habría que preguntarse cuándo surge el “ismo”, porque el concepto de Nación existía desde los españoles con otra connotación. El nacionalismo es bastante más contemporáneo. En el siglo XIX no es muy usado, pero en el XX el concepto se fija. Analizando la retórica nacionalista de Velasco hasta el primer García, y la del neoliberalismo, hay una ‘deshistorización’ del discurso nacionalista.
Eso se nota con más fuerza en el gobierno de Fujimori.
Vivimos en un Estado fundado por Fujimori: el modelo económico y el Estado es el legado de Fujimori. Acá tenemos dos hitos: Velasco y Fujimori. No tengo memoria de que en el discurso del fujimorato haya una referencia al pasado peruano. Ésa es una diferencia radical con respecto al velascato, cuando el nacionalismo se basaba en un discurso histórico.
"Actualmente vivimos la guerra dentro de la paz, que se caracteriza por propiciar guerras completamente desiguales en las que un grupo tiene mucho más poder que el otro. Estamos en democracia, pero hay guerras que se manifestaron primero en Bagua y ahora en Conga" - Cecilia Méndez.
¿El verdadero discurso nacionalista ha desaparecido?
Lo que hay es un reavivamiento de los imaginarios, de las identidades imaginadas. Hay una reivindicación de las identidades regionales: la nación aimara, la identidad huanca.
Podría decir que el nacionalismo desapareció con Fujimori, pero no es así. No desaparece así nomás: muta, se transforma, y se vuelve un nacionalismo culinario, turístico, un nacionalismo de Marca Perú. En este marco, la historia viene a ser la cenicienta del liberalismo; la identidad tiene que ver con lo que comes. El escudo ha sido reemplazado por la Marca Perú.
Importa más el presente de “prosperidad y felicidad”.
Sí. Es como si se quisiera anular la historia. Esto es muy peligroso, porque lleva a que la gente crea que el pasado no es importante. El discurso de hoy se basa en varios lenguajes: el de las inversiones, el del tú solo puedes. Y la historia es algo colectivo, nos ayuda a ver lo que somos ahora; pero a nadie le interesa eso, porque creen que todo es maravilloso. En cambio, la historia complejiza, hace ver problemas.
Vivimos la era del ‘historicidio’, porque lo que está pasando es un asesinato de la historia. Está mal visto mirar al pasado. Por ejemplo, se muere un líder como Belaunde o Villanueva y se convierten casi en santos. Y cuando empiezas a escudriñar hechos reales te censuran hasta tus amigos de izquierda. Hasta dentro de la propia Academia, porque en este momento de prosperidad económica, muchos de los que antes eran críticos ahora trabajan para el Gobierno.
¿Qué opinas del auge de la politología?
El problema que tengo con la politología es que me parece que el razonamiento que hacen sobre la política se cierra en la esfera de los partidos, y se refieren a ella como a un partido de ajedrez: si mueves esta pieza, pasa esto. Alguien me dijo que los politólogos son al neoliberalismo lo que los sociólogos fueron al velascato. Son instrumentales a una cierta manera de ejercer el poder. Hay pocos politólogos que tienen densidad: Alberto Vergara es uno de ellos.
Ellos dicen que el problema del Perú es la ausencia de partidos. Eso es muy superficial. Nosotros hemos tenido partidos; el problema es cómo se ejerce el poder en el Perú y quién lo ejerce. La política tiene que ver con la administración del poder y con el tener más o menos poder en la esfera pública. Y para eso, los partidos son una capa muy superficial, no nos ayudan a entender nada.
Sobre la memoria reciente, no se está avanzando al ritmo que se debiera en justicia y reparación. ¿Tiene que ver con el hecho de que Humala sea militar y que sienta que no se ha tratado con justicia a los militares?
En su discurso como candidato ya decía algo de eso. Además de los cuestionamientos que le hicieron por lo del “caso Madre Mía”.
¿No te tragas el sapo de su inocencia?
Yo quise creer en su inocencia. Eso fue lo que me permitió votar por él. Pero parece que no es tan así.
El trabajo de la memoria tuvo un impulso con el Informe de la Comisión de la Verdad. Se logró incorporarlo a nivel escolar, por ejemplo. ¿Cómo se debería seguir trabajando?
Yo creo que ha habido un hito muy importante, que es la publicación del libro Memorias de un soldado desconocido, de Lurgio Gavilán, que está batiendo récords. En un mes ha vendido 700 ejemplares. Un libro académico no vende eso ni en 20 años, porque las ediciones son de mil.
El Informe de la CVR es muy importante, pero no es intocable. Seguramente hay bastante que añadir y corregir.
Lo que hay es una lucha entre ciertos sectores que participaron en la CVR y que no quieren aceptar ninguna otra versión, y otros sectores que están haciendo estudios de lo que no se dijo en la Comisión, y que cuestionan la dicotomía tan fuerte entre víctimas y victimarios. Por ejemplo, los trabajos de Kimberly Theidon, de Ricardo Caro. Antes no se podía estudiar a un senderista; ahora sí se les está viendo históricamente en su contexto. Y está el grupo Memoria, que fue creado por Carlos Iván Degregori y es autocrítico. Por eso creo que el libo de Lurgio es un punto de quiebre, al punto que lo han valorado tanto VLl como una empleada del hogar a la que se lo regalé. Ha logrado esa aceptación tocando un periodo de la historia que suscita las polarizaciones más fuertes en el Perú.
El libro demuestra que un senderista y un soldado pueden ser víctimas. Él ha descrito a un niño senderista de 12 años sin que le digan terrorista. Si ese libro fuera de lectura obligatoria en los colegios, podría ocasionar una revolución en la memoria de la nueva generación.
¿Por qué la de Sendero Luminoso fue una guerra civil? ¿Cómo defines una guerra civil?
Obviamente fue una insurgencia, pero se le llamaba guerra interna y no hay consenso en torno al nombre de este periodo histórico. La izquierda primero llamó al periodo guerra interna y después conflicto armado interno. Los militares hablan de guerra contrainsurgente. Yo le llamo guerra para no disminuir la intensidad de lo que pasó. Es cierto que no hubo declaratoria formal, pero la mayoría de guerras que han existido en el mundo no se han hecho con declaratoria diplomática de guerra. Eso es algo de las últimas décadas. Lo que pasa es que el Movadef se ha apropiado del término guerra interna para exculpar los crímenes de Sendero.
Para mí la situación más clara de analogía que se puede hacer entre las guerras civiles del XIX y Sendero es que el Estado decide por decreto entregar armas a los civiles en el año 1991, y forma las autodefensas campesinas. Legitima la posesión de armas por entes que no son los militares. Por primera vez desde el gobierno de Piérola, tenemos una situación en la que el Estado delega una de sus facultades.
Pero urge ponerse de acuerdo en el término para que se pueda enseñar ese periodo histórico.
En un texto escolar yo incorporaría el testimonio de las diferentes partes y dejaría que los alumnos piensen en eso. Pero, como ustedes dicen, está este otro jalón que es la historia oficial, donde todo tiene que tener un nombre para que se lo aprendan de memoria.
¿Qué opinas de la pretención de Movadef de inscribirse como partido político?
Yo escribí sobre eso porque me llamaba la atención que todos —izquierda y derecha— se rasgaran las vestiduras, e incluso llegaron a presionar al JNE. No hubo un debate sobre la ley de partidos y la libertad de expresión y de palabra. Hubo un cargamontón mediático y se callaron los constitucionalistas.
Como historiadora siento que es mi responsabilidad conectar los procesos a su origen; por ejemplo, el APRA es un partido que usó técnicas terroristas porque los deslegitimaron. Entonces podías estar creando un monstruo al marginarlos de la legitimidad. ¿Dónde va a existir?
Tú has dicho que los liberales de hoy son menos progresistas que los liberales de la época del guano.
Sí, yo tampoco lo hubiera imaginado, porque la idea es que eran más elitistas. Es al revés. Basta ver la agenda del Partido Civil: la bandera de los liberales era la educación estatal y no la privada. Lo que está pasando es muy reciente y no hay la suficiente distancia para verlo objetivamente. El liberalismo de ahora no es el de antes; prácticamente se quiere disolver el Estado, y a nivel mundial también está desapareciendo el Estado de bienestar.
¿Crees que estamos construyendo una falsa inclusión, una ilusión de igualdad?
En los centros comerciales la inclusión es bien real, porque ha habido una expansión del sistema de crédito. El crecimiento económico es real. Pero ese bienestar tiene su contraparte en lo que pasa en el resto del país, donde crecen las ciudades pero el campo se mantiene casi igual.
Tú que vives en los Estados Unidos, ¿cuáles son las diferencias entre el racismo de allá y el de acá?
En los Estados Unidos piensan que a partir del triunfo de Obama estamos en una situación posracial. Él fue el primer negro que no puso la raza como el punto principal de su discurso político. En ese país las definiciones raciales fueron siempre “eres blanco o negro”. Lo revolucionario en los Estados Unidos ahora es decir “soy mestizo”, reivindicar una identidad marrón. Por eso muchos académicos decían que en América Latina sí existía una democracia racial, porque se identificaba con su mestizaje.
En el Perú es al revés. Aquí nombrar la raza es lo revolucionario. Decir: “Yo soy indio, tú eres blanco” es lo que incomoda. Desde Garcilaso, el mestizaje ha sido una cortina para defender una identidad hispanista. Acá el mestizaje es el status quo, es esconder el racismo.
¿Hay un incremento del racismo?
Sí, que tiene que ver con la inclusión de los sectores económicos que antes estaban fuera, y se nota cuando una persona de los conos va a una discoteca de Larcomar. Eso pasaba en Brasil en los años 60: el racismo se incrementaba a medida que la sociedad se democratizaba. Mi teoría es que el racismo surge en los procesos de democratización y de apertura.
Fuente: Revista Ideele (Web). 18 de mayo del 2013.
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