El biógrafo de la ciudad
“global”
De paso por Buenos Aires, Renato Ortiz, el reconocido pensador brasileño
analiza las mutaciones por las que atraviesan las metrópolis contemporáneas.
"De la misma manera que hay que ser
crítico con lo universal, también hay que ser crítico con la diversidad",
dice Ortiz.
Marcelo Pisarro
El antropólogo y sociólogo brasileño Renato Ortiz estuvo en
Buenos Aires. Dictó una conferencia en el seminario internacional “Ciudades,
cultura y futuro” que se realizó en la Usina del Arte, en La Boca. El tema de
la convocatoria y los intereses del orador dieron la excusa para repasar
algunas de sus preocupaciones recurrentes.
–¿Qué es una ciudad?
–Es difícil definirla. Hoy las ciudades son básicamente
configuraciones del espacio urbano. En el pasado las ciudades no eran
necesariamente urbanas. Tenían otra naturaleza. La ciudad moderna es una
aglomeración, en el interior de la cual están presentes el anonimato y la
impersonalidad. De una manera metafórica, una ciudad es una sociedad que tiene
nostalgia de una comunidad. Muchas personas quieren transformar ese espacio
heterogéneo e impersonal en un lugar más habitable. Más comunal. Es un dilema
que emerge con la revolución industrial y que todavía está presente.
–Durante el siglo XX se
usaron diferentes metáforas para entender la ciudad: organismo biológico,
máquina, texto. ¿Qué metáfora usaría hoy?
–La ciudad moderna se pensaba a partir de la idea de totalidad.
En ese sentido los arquitectos hablan de reforma urbana: suponen la existencia
de una totalidad urbana que se puede trabajar, planear, decidir qué hacer o no
hacer. En la ciudad “posmoderna”, como se dice, esta totalidad se rompió. Las
ciudades no son sólo una totalidad; las conglomeraciones incorporan zonas
conurbanas, se hace difícil establecer las fronteras. Habría que buscar
metáforas de agregación pero también de disfunción para referirse a las
ciudades contemporáneas.
–¿Por qué entrecomilló la
posmodernidad?
–Porque la posmodernidad ya no existe. El debate sobre la
posmodernidad declinó al final de los 90. Ya no hay arquitectos posmodernos. Ni
siquiera quedan filósofos posmodernos. En el siglo XXI aquello que se
denominaba “posmodernidad” decayó en el debate en contraposición con la
globalización. La discusión sobre la globalización tomó una dimensión mucho más
importante de la que tenía en los 80 y 90. Eso no quiere decir que los puntos
discutidos en el debate posmoderno no hayan sido importantes, por ejemplo, el
tema de las diferencias, la crítica a los universales, al eurocentrismo.
–¿Los debates sobre la
globalización no están empezando a caer también en desuso? Parecen haberse
corrido del centro de la escena pública; la globalización ya no aparece como
objeto principal de queja.
–Es bueno quejarse de la globalización. Al menos del tipo de
globalización que tiene efectos negativos en la vida de las personas. Yo creo
más bien que el debate sobre la globalización está cada vez más asimilado.
Llegará un momento en el que ya no necesitaremos hablar sobre globalización.
Los problemas estarán insertos en un contexto más amplio. Todavía no llegamos a
ese punto, pero el camino es ése.
–Usted señaló que la
mundialización, para tornarse cultura, debe materializarse como cotidianeidad.
–Sí. Cuando escribí Mundialización y cultura en 1994 la gran dificultad, lo
urgente, era entender este fenómeno, que se tomaba como algo que venía de
afuera. Como yo tenía una formación antropológica además de sociológica, al
trabajar sobre cultura podía mirar cómo la globalización actuaba en los hechos
cotidianos. Decía entonces, por ejemplo, que Madonna ya no es estadounidense,
que está mundializada. El otro día bromeaba con que Pelé ya no es más
brasileño, ya es un icono internacional; Maradona no, Maradona es argentino, no
está trasnacionalizado; Messi, en cambio, nunca fue argentino. Es una
provocación pero sirve para pensar cómo los signos –no las personas concretas–,
las imágenes, son significadas y percibidas en ciertos contextos.
–En Taquigrafiando lo social
escribió que “al instituirse como espacio autónomo de conocimiento, la
sociología se separa del periodismo, de la filosofía, de la política, de otros
textos y del sentido común, pero sin anularlos. Estos discursos permanecen
intactos como formas de conocimiento, muchas veces, en oposición al
razonamiento sociológico”. ¿Qué es, en cuanto al estudio de las ciudades, lo claramente
distintivo del razonamiento sociológico?
–No hablaría sólo de las ciudades ni de la sociología. Las
ciencias sociales establecen un espacio diferencial a partir del cual se
establece un “mundo aparte”. Este “mundo aparte” no está del todo aparte, sino
que dialoga, o más bien, está en fricción, que puede ser positiva o negativa,
con el periodismo, la filosofía, la política. Las ciencias sociales no pueden
coincidir ni con el periodismo ni con la política, pues no tendrían una
especificidad; al mismo tiempo, no pueden prescindir del mundo contemporáneo,
pues lo que hacen es una especie de taquigrafía de su época. La relación es de
proximidad y distancia. El caso de la ciudad no se diferencia de los demás
fenómenos que pueden ser estudiados por las ciencias sociales.
–Esta taquigrafía producida
por las ciencias sociales, ¿es tomada en cuenta por las otras formas de
conocimiento?
–Sí y no. Usan lo que les interesa. Debe ser así. Las ciencias
sociales no tienen que rendir cuentas a los políticos, ni a los periodistas, de
la misma manera en que los periodistas no tienen que rendir cuentas a las
ciencias sociales, aunque busquen en ellas elementos, conceptos, diagnósticos.
–Todos estos conceptos,
cuando refieren a la mundialización, ¿son más “aplicables” a las grandes
ciudades que a los pueblos, pequeñas ciudades o zonas rurales?
–Las ciencias sociales no tienen que pensar conceptos
“aplicables”; deben pensar de manera crítica diferentes niveles de la vida
social. Lo que se llama “ciudad” tiene una connotación distinta en función de
su tamaño, historia, contextos; en un pueblito, por ejemplo, la noción de
anonimato no funciona. Depende de la perspectiva. Por supuesto que las ciudades
globales predominan en estos pensamientos, en especial a partir de los trabajos
de Saskia Sassen. Estas ciudades juegan un papel económico decisivo. Es
importante, pero a mí me interesa el proceso de mundialización; este proceso
involucra a ciudades grandes, chicas, pueblitos, zonas rurales. Lo importante
es saber cómo se involucran en ese proceso. No existe, no puede existir, una
gran teoría general de la globalización. Hay rasgos generales pero debe
enfocarse dónde están inmersas las prácticas. Una gran metrópoli tiene espacios
mundializados, historia local, etc.
–En Lo próximo y lo distante
habló de “dislocarse en un continuum espacial diferenciado” para pensar Japón.
¿Este continuum resulta más apropiado que la imagen fracturada que prevalece
acerca de las ciudades?
–Esta idea de fractura es complicada porque implica separación.
En realidad son distinciones que deberían ser pensadas en cuanto tales. Hay que
evitar esa idea de fractura esquizofrénica que aparecía mucho en la literatura
posmoderna. Lo interesante es percibir las conexiones, las distinciones, el
proceso de diversificación, que ya existía en la modernidad y que se amplía en
la sociedad global.
–Hace dos décadas escribió
que “la comprensión de un mundo desterritorializado requiere un punto de vista
desterritorializado”. ¿Se llegó a este punto de vista desterritorializado?
–La pregunta en ese momento era si yo, como brasileño, podía
pensar algo que no fuera Brasil. Y mi respuesta fue que sí, que no debía
encadenarme sólo en la realidad nacional. La idea de desarraigo era importante
para pensar cualquier cosa, pero sobre todo los procesos de globalización. Para
pensarlos no a partir de Brasil, no a partir de América latina. Quería hacer un
esfuerzo metodológico para desenraizarme y tener una mirada, no más neutra,
sino más abarcadora. Y todavía vale la pena. Mucho de lo escrito sobre
globalización está marcado por la perspectiva anglosajona y no hay ningún
esmero para salir de esa perspectiva. Hay límites, pero es importante hacer un
esfuerzo. En el estudio de las ciencias sociales, no importa el tema. Es
posible salir del espacio y del tiempo. Sirven para eso algunas figuras: el
extrañamiento, el flâneur y el viaje.
–De nuevo la idea de que el
desarraigo es una condición de época, la expresión de otro territorio.
–Sí, podemos ver otros espacios por fuera del lugar donde el
espacio se materializa, al que estamos obligados a llamar local, nacional, etc.
La modernidad-mundo se materializa en la vida cotidiana. Por supuesto, no hay
ningún “ciudadano global”; es sólo un esmero metodológico. Cuando empezamos las
discusiones sobre globalización, en San Pablo, fundé un pequeño grupo para
debatir el tema. Había un inconveniente: cada vez que queríamos hablar de todo
esto, aparecían los problemas de Brasil, la pobreza, el subdesarrollo, el
imperialismo norteamericano… Hasta que propuse cerrar la puerta e imaginar que
no estábamos en Brasil, que podíamos pensar el mundo; pero que nadie se
preocupara, después abríamos la puerta y todos hablábamos en portugués,
nuestros sueldos estaban en ese momento en cruzeiros, gustábamos de los platos
brasileños y mirábamos televisión brasileña. Hay que hacer el esfuerzo.
–En general el espacio se
piensa en relación al medio físico, la sociedad se piensa en relación al
espacio, la cultura se piensa en relación a la sociedad. ¿Por qué es tan
difícil sacudirse esta idea?
–Creo que tiene que ver con la noción de sociedad nacional. La
idea de que la nación es un territorio, una cultura. Por supuesto, los
antropólogos estudiaron así las culturas que hoy llamamos indígenas y antes
llamábamos primitivas; esas culturas tampoco podían ser pensadas de esta
manera, y sin embargo los antropólogos lo hacían. La construcción de la
identidad indígena no se limita a un territorio específico. Implica relaciones con
el Estado nacional, con ONG y el Banco Mundial, relaciones que no pueden ser
comprendidas sólo en el espacio territorial. La dificultad surge de la
combinación entre nación y política. La política se hace predominantemente en
la nación; es su lugar por excelencia, también en el mundo globalizado. El
territorio nacional es la referencia política. Con la economía y la cultura no
sucede así; los elementos de transnacionalización son otros, diferentes a los
de la esfera política. Este malestar es contemporáneo. En los 30 o 40 no
existía; estaban Brasil, Argentina, Francia, y no había problemas. Ahora esta
imagen de los territorios nacionales ya no es la única; hay una asimetría entre
el territorio y las imágenes culturales que tenemos de las naciones.
Fuente: Revista Ñ (Argentina). 15 de octubre del 2013.
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