Trabajo: ¿liberación y/o esclavitud?
Gonzalo Portocarrero (Sociólogo)
La etimología de la palabra ‘trabajo’ remite al término latino "tripalium", que significaba literalmente tres palos; tri (tres) palio (palo). El ‘tripalium’ era un yugo en el que se amarraba a los esclavos para azotarlos. En español y otras lenguas romances, el término se extiende para significar lo doloroso y sufrido. No solo la desgastante labor agrícola sino también todo aquello que implica un dolor que debe aguantarse pues sencillamente no hay alternativa. En la literatura mística, los trabajos son los padecimientos que nos llevarán a la gloria. Es decir, un sufrimiento que se hace tolerable, y hasta gozoso, pues conduce al éxtasis de la comunión con Dios. En el lenguaje de nuestros días quedan aún huellas de este uso cuando, por ejemplo, nos referimos al "trabajo de parto”. Pero, tradicionalmente, la palabra ‘trabajo’ se asociaba con la actividad manual y la condición servil, como el destino inevitable de quienes no tenían una propiedad, o nombramiento, que permitiera cubrir las necesidades sin esos tormentos que muy pocas veces traen algo bueno. En el orbe latino, el trabajo tenía mucho menos prestigio que el juego, la fiesta, la contemplación, la lectura y las prácticas devotas. Prevalece un ideal aristocrático.
En inglés y alemán, ‘work’ o ‘werke’, los términos equivalentes a trabajo significaban originalmente una actividad que implica esfuerzo. Y, significativamente, la misma palabra también se usaba para designar la fornicación. Entonces, la actividad, el esfuerzo y el goce aparecen ligados de una manera distinta a lo que ocurre en las lenguas romances, en las que el vínculo más fuerte es entre fatalidad y padecimiento.
No es casualidad que entre los países de Europa del Norte haya surgido la ética protestante con su valoración del trabajo como profesión, como una respuesta a un llamado de Dios. Una actividad bendita donde encontrar seguro refugio de las tentaciones de la carne. El trabajo metódico adquiere el aura de la virtud salvadora. Todo el tiempo disponible tiene que ser usado productivamente, en la creación de riqueza. Y ese uso productivo se orienta por un cálculo económico, pues se trata de producir más gastando menos. Y, por otro lado, se trata de consumir poco, ya que ser indulgente con los sentidos, en la comida, la bebida o el sexo, es motivo de reprobación, pues se pierde la buena conciencia que se gana con la entrega obsesiva al trabajo. Estas ideas fueron desarrolladas por Max Weber en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, y están en la raíz de los estereotipos que representan a los países de Europa del Norte como naciones progresistas y trabajadoras, pero sin mayor disfrute; y a los países de Europa del Sur como llenos de gente sensual pero floja y pobre.
No obstante, el espíritu del capitalismo fue perdiendo su inicial fundamento religioso. El trabajo dejó de ser visto como el principio de la salvación ultramundana para convertirse simplemente en la virtud cívica que nos da acceso al prestigio y al dinero. Entonces el trabajo se convierte en el centro de la vida. Pero tampoco es que desaparezca su inspiración trascendente, pues el trabajo permanece como un fin en sí mismo, como una actividad que da un sentido que compensa el debilitamiento de la presencia de Dios en nuestras vidas. Estas orientaciones de culto al esfuerzo liberaron de la miseria y de la precariedad a muchísima gente. Hicieron la vida más segura y confortable, pero quizá más vacía.
Hacia fines de los años 60 surge, en inglés, el término ‘workalcoholic’, traducido al español por ‘trabajólico’. La palabra valora negativamente una actitud que existe desde hace mucho: la obsesión por el trabajo, el impedimento para descansar, la dificultad para apreciar otras facetas de la vida, el amor en todas sus formas, el goce sensorial. Entonces lo que fue impulsado como salvación es ahora criticado como una esclavitud viciosa que debilita los vínculos sociales y robotiza a las personas. El trabajo se ha convertido en una esclavitud autoinfligida que cuenta con el beneplácito de la sociedad. Kertész se pregunta: “¿Qué virtud es el trabajo, en definitiva? Virtud de esclavos. ¿Cómo pudo sustanciarse últimamente, de forma imperceptible, en ideología, en moral, en Dios, para expresarlo con claridad?”. ¿Y qué hacemos con el vacío que puede dejar una jornada menos prolongada de trabajo?
Fuente: Diario El Comercio (Perú). 12 de marzo del 2014.
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