Marc Augé: Otras escenas sobremodernas
Entrevista. En su libro nuevo, el padre del
concepto de “no lugares” releva los objetos y los casos que inquietan hoy a los
antropólogos de todo el mundo.
Héctor
Pavón
La vida activa del antropólogo ha cambiado. La
ciudad atravesada por tramas sociales que entran en conflicto entre sí es el
escenario donde se mueven los antropólogos del siglo XXI. Los territorios de
pueblos indígenas, olvidados, perdidos, han cedido terreno a los desafíos de
las metrópolis en tanto objetos clásicos de estudio. Hay funciones nuevas y
replanteos. “Nunca como hoy ha sido necesaria una mirada antropológica de
carácter crítico; nunca, además, ese derecho a la mirada ha sido tan difícil de
ejercer, a tal punto han cambiado los criterios sobre lo natural y lo evidente”, dice Marc
Augé en su libro reciente: El
antropólogo y el mundo global (editado
por Siglo XXI, traducido por Ariel Dillon). Augé ha sido el sinónimo de una
antropología que descubrió su razón de ser “sobremoderna” en la vida cotidiana,
en la exacerbación de lo urbano, en las formas que generosamente otorgaba la
ciudad global, recordemos su libro Elogio
de la bicicleta . Y continúa:
“Este es el libro de un antropólogo que se interroga sobre su disciplina y
sobre el mundo en el que vive. Y que propone, aquí, una lectura del mundo
global, con la esperanza de capturar la atención de aquellos que se preocupan
por este mundo y se interesan por la antropología”. De esos mundos nuevos habló
Augé en su última visita a Buenos Aires.
–¿Cuáles
son los nuevos objetos de estudio que entraron en el campo antropológico en las
últimas décadas?
–La
antropología ha sido definida a menudo a través de sus objetos empíricos, es
decir, las sociedades primitivas o pequeños grupos. Es importante recordar la
definición teórica: estudio de las relaciones sociales tal como son
representadas y simbolizadas en un pequeño grupo, tomando en cuenta su
contexto. Hoy es posible hacer estudios de antropología de cualquier grupo,
pero hay algo para tener en cuenta. El contexto del cual tenemos que tomar
conciencia es un contexto planetario, incluso por los antropólogos que trabajan
en su mayoría con pequeños grupos indígenas. Hay muchos factores que pertenecen
al planeta, pero el contexto cambió y también las relaciones a partir del
momento en el cual hay desarrollo de las técnicas de los medios de
comunicación, el desarrollo de Internet. Aquí se podría decir que, los medios,
las nuevas tecnologías, cambian las relaciones. Pero: ¿son realmente las mismas
relaciones cuando se habla de la comunicación? No creo que las relaciones a
través de los medios sean tales. El problema es que pueden dar la ilusión de
que están en un mundo per se, como una realidad empírica mundial, eso es un
problema.
–En
su libro habla de la felicidad... ¿Es un objeto de análisis para usted?
–Sí.
Además, es una idea de la modernidad. Hay todo un aparato de publicidad, de
persuasión, que puede hacer pensar a cada uno que ser feliz es consumir, tener
los medios para consumir. También hay una tentación de concebir las relaciones
entre las personas, como una evaluación de posesión o de consumo también. Eso
es algo fundamental, porque la noción de poder siempre ha sido la perversión
íntima de las relaciones. Es decir que no hay ninguna individualidad ni
identidad que se pueda pensar sin alteridad, sus relaciones con parientes,
amigos. Lo que llamamos cultura es un conjunto de relaciones simbolizadas. En
la raíz de la relación hay una idea de poder y creo que la encontramos en los
vínculos entre sexos, en todas las sociedades.
–¿Cómo
se manifiesta el poder en esas relaciones?
–En las relaciones entre los grupos humanos mismos, los viajes colonizadores,
por ejemplo, han sido un éxito en un sentido y por otro lado un fracaso. Cuando
los occidentales descubrieron América, ese acto se volvió una situación de
poder. Lo que me pregunto es saber si en esta forma de relaciones que
establecen los medios de comunicación no hay también una forma de poder, que se
puede expresar. Es decir, estamos en un mundo extraño, dentro del cual todos
tenemos la convicción de que estamos colonizados, incluso por los antiguos
colonizadores, pero no sabemos colonizados por quién. Tenemos el gran capital,
el mercado, las potencias financieras, pero no sabemos por quién porque el
mundo ha cambiado de escala.
–¿Hay esperanzas en ese mundo que usted
esboza? ¿La esperanza puede venir de la mano de la política?
–No es posible vivir sin esperanza pero las situaciones son complejas.
Podríamos pensar que somos casi ciudadanos del mundo, es el caso de ciertos
privilegiados. Pero por otro lado es una idea que no funciona mucho, el hecho
de que hay un crecimiento de la brecha entre ricos y pobres, instruidos y no
instruidos, comunica una sensación de miedo porque el futuro inmediato del
mundo no es una democracia extendida al planeta entero, sino una oligarquía con
una clase de potentes, cerca del conocimiento del poder del dinero, una clase
de consumidores, que hacen funcionar al sistema y una clase de excluidos. Entre
los menos ricos de los consumidores y los excluidos hay una frontera muy
ligera, hay formas de miedo que destruyen la esperanza. Los migrantes son una
manifestación de esperanza o de voluntarismo, son los héroes del mundo actual,
pero tienen una larga historia por delante. Es siempre difícil conjugar las
historias generales y la historia singular.
–¿Y
qué pasa con los que hoy están llegando a Europa del modo más primitivo y
exponiéndose a todo tipo de desgracias?
–Tenemos en Francia, como en otras partes del mundo, un problema de inmigración
que suscita formas de racismo, de xenofobia. Por ejemplo, el caso de los árabes
de Africa del Norte que viven desde hace mucho en Francia –y que ya se
encuentran en la tercera o cuarta generación y ya son franceses– presenta un
problema de integración. Muchos viven en las periferias de París donde
aparecieron fenómenos de xenofobia con las diversas olas de migraciones. La
situación puede llegar a ser más problemática.
–Anteriormente escribió
un libro cuyo título es “El futuro”, pero me da la impresión de que usted ama
el pasado. Lo leemos, por ejemplo, en ese texto bello sobre la película
“Casablanca”.
–Es más fácil hablar del pasado, porque todos tenemos cosas que decir. Pero el
futuro es difícil. ¿Por qué no hablamos del futuro cuando la ciencia va
adelante y progresa? Pienso que hay muchas razones, la primera es el fracaso de
las utopías del siglo XIX en el siglo XX, principalmente el marxismo. Además,
tengo la impresión de que estamos viviendo el fracaso de la última gran utopía
liberal, con Fukuyama y el fin de la historia. Por un lado, las dictaduras se
acomodan muy bien en el mercado liberal; y, por otro lado, vemos que la
diferencia entre la franja más rica de los ricos y la franja más pobre de los pobres
no cesa de crecer, es decir, que no hay ninguna realidad correspondiente a la
utopía del fin de la historia. La ciencia es el único dominio dentro del cual podemos tener una
idea positiva del concepto de progreso. Descubrimos cosas importantes, estamos
en la frontera del universo. La razón por la que no podemos imaginar bien el
futuro es que tenemos miedo del futuro, de las situaciones económicas, por
ejemplo, hay muchas formas de miedo. Pero también hay una incertidumbre sobre
lo que vamos a descubrir: hay una democratización de la angustia pascaliana.
–Desde hace tiempo usted
define esta época como sobremodernidad, ¿qué características tiene en
particular para llamarse de ese modo?
–He utilizado esta palabra pensando en la noción de sobredeterminación de
Althusser. Es esta idea de que, cuando hay muchos factores del desarrollo, no
es fácil analizar las consecuencias. La pensé como algo surgido de la relación
entre la modernidad, como nació en el siglo XVIII y la modernidad actual. La
palabra posmodernidad no dice nada. Hay una acción de todos los factores que
hace difícil comprender lo que pasa, incluso que hay desviaciones. La idea del
individuo se volvió la de consumidor; la idea de universalidad, la de lo
global. Es una continuación de la idea
moderna, razón por la cual he hablado de sobremodernidad.
–¿Usted
cree que después de esta crisis que atraviesa Europa, habrá alguna ganancia,
algún aprendizaje?
–Tengo dos cosas para decir, por un lado, la historia no se acabó, va a
continuar bajo todas sus formas, a pesar de la globalización. Por otro lado, la
historia nunca ha sido un río tranquilo: otra vez habrá violencia, huelgas,
otros enfrentamientos. Porque la historia siempre presenta la dificultad de
pasar al nivel individual y general de la historia, porque cada uno de nosotros
legítimamente es impaciente, quiere que las cosas evolucionen pero la historia
toma su tiempo, hay muchas contradicciones.
–¿Cómo se expresa la
crisis en Francia? ¿Qué aparece en la superficie?
–Se ve de diversas maneras. París me gusta menos, hay una agresividad de la
gente que me parece peligrosa. Hay nuevos pobres que son visibles. Por otro
lado hay una crisis en las empresas también, hubo suicidios debido a las nuevas
formas de trabajo. El trabajo no es más una oportunidad de sociabilidad; es una
prueba de soledad, de aislamiento. La crisis se percibe también en los miedos
de los jóvenes y en el aumento del desempleo. Pero hay aspectos positivos: hace
veinte años nadie sabía lo que era realmente la riqueza, ahora se percibe mejor,
sabemos que las empresas que suman desempleados aumentan sus beneficios. Hay un
concepto en la cultura de la empresa que no significa nada más debido a las
situaciones antagonistas de los diversos actores, los propietarios de la
empresa –que son los accionistas– y los empleados. Hemos aprendido también
cuanto ganaban los directores de las empresas, cifras inimaginables. Es algo
bueno por la información de la gente,
la toma de conciencia de la situación. Se escucha a los dirigentes de empresas
decir “es normal que yo gane dinero porque tengo responsabilidades, trabajo
mucho”; es decir, los otros no tienen responsabilidades, trabajan poco. Los
están insultando.
Fuente:
Revista Ñ (Clarín). 08 de abril del 2014.
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